LAS PALABRAS DE JULI

Juli Herrero nos recibe en su domicilio de Madrid: una estancia plácida y silenciosa en la que sus múltiples cuadros pueblan todas las paredes de la casa, a modo de museo acogedor y doméstico, muy bien organizado. Nos sentamos junto a una mesa camilla, frente a un amplio ventanal que es testigo de excepción del azul claro que el cielo de Madrid nos ofrece en esos momentos. Y al pie de esos instantes tan excepcionales, vamos tejiendo con ella una conversación tranquila, al margen de la ciudad y sus rutinarias prisas, para que nos explique de dónde le viene la afición por la pintura; que nos cuente sus inicios artísticos, la esencia de esa inspiración que ha conseguido crear tan numerosa y magnífica obra.

“Comencé a pintar cuando mis hijos fueron mayores. Ya con los hijos criados, mi hija Esther me aconsejó apuntarme a un curso de pintura. Así lo hice. Tuve como profesora a Paloma Núñez, licenciada en Bellas Artes, que fue la que me fue enseñando las distintas técnicas”.

Mientras habla de sus comienzos, hay un brillo en los ojos que le adorna la mirada. Esa mirada noble, de buena persona, que lleva grabado en esencial toda la infancia incontaminada. Nombra mucho y con profunda admiración a su profesora Paloma Núñez, con quien supo trenzar unos sólidos lazos de amistad que se mantienen vigentes hasta la fecha.

“Mi profesora Paloma nos cuenta Juli nos llevaba a ver exposiciones; nos enseñó a interpretar la profundidad, lejanía, colorido, sombra y composición de los diferentes cuadros . Por pintar un cuadro incide para que conste en el baremo de la importancia no eres pintora”. Y nos deja como corolario un bello resumen, conforme a una persona que no ha parado de aprender: “Aprendes, pintando. Cuando los ojos se van educando a una pura contemplación que deviene en arte; el color de los paisajes, de los atardeceres, de los distintos detalles, ya siempre los aprecias y ves distintos.

Hay una mágica simbiosis entre el arte exquisito de la pintura y la artista que se acerca allí para nutrirse de él. Lo vuelve a explicar muy bien Juli con sus certeras y cálidas palabras: “La pintura me ha cambiado la vida, me he sentido realizada haciendo lo que hacía y he experimentado una profunda alegría mientras pintaba cada cuadro. He pintado mucho: paisajes, bodegones, escenas de campo, casas de pueblos, retratos, flores… Y con todas y cada una de las creaciones he disfrutado. Sin olvidarme del constante apoyo de mi marido, que fue mi primer fan y fiel seguidor de todo lo que hacía”.